Esta es mi historia. 

Pirry fue visto por primera vez en una parada de buses. Se notaba que era un lomito mayor, quizá alguna vez tuvo familia… pero ahora solo se dedicaba a observar. Siempre estaba ahí, tranquilo, como esperando que alguien lo reconociera y dijera: “¡Vamos a casa!”. Nadie lo hizo. Pero él seguía sonriendo, con esa mirada noble que solo tienen los perritos que han amado mucho… y aún no se rinden.

Cuando lo recogimos, Pirry estaba débil, pero su espíritu no. En el refugio, mostró que lo suyo es dar amor: busca compañía, ofrece caricias con el hocico, y camina con orgullo, como quien ha pasado por mucho… pero aún cree en los finales felices.

Hoy Pirry tiene 6 años, está castrado, tiene todas sus vacunas al día, y es de tamaño mediano. Le encanta salir a pasear, es tranquilo pero muy amoroso, y se adapta fácilmente. Es ideal para una familia que valore los momentos simples: sentarse juntos, ver la lluvia desde la ventana, o disfrutar de un atardecer en silencio.